La parejita de horneros incansablemente trabajaban en la construcción de su casita, una especie de tatakuá en miniatura. El barro se iba solidificando hasta hacer que el nido sea fuerte para albergar a la parejita y sus futuros descendientes, el hornero un verdadero arquitecto entre las aves.
Debajo de aquel inmenso palo borracho donde los horneros construían su casa, la pareja de celestinos picoteaba agilmente todo aquello que era comestible y que se encontraba en el suelo, mientras un mainumby o picaflor besaba las flores blancas del lapacho. Los gorriones revoloteando de rama en rama, y no dejaba de entonar su tradicional canto el pitogüe.
Así pasaban el tiempo en aquel viejo camino ubicado dentro del tradicional Parque Carlos López, aquel camino que era la entrada principal al camposanto que allí existía y que hoy rodeado de inmensos árboles guarda historias de alegrías y tristezas, de amores y desamores, de sueños, de muchos sueños.
Ubicarse de frente al camino con el norte por delante, deja contemplar un paisaje maravilloso, de mucha paz, con la imagen del Río Paraguay al fondo, una paz ajena a la decenas de personas que realizan sus ejercicios diarios en el parque, es como introducirse en un túnel que nos puede trasladar al pasado como también al futuro.
Las distintas tonalidades de verde en las copas de los árboles, la brisa meciendo las ramas, la compañía de las aves en un compartir esa paz sin miedo a nada ni nadie, ese azul intenso de las aguas del río cuando lo ilumina el sol, son cosas inigualables, el llenar los pulmones de aire puro, el sentir la paz, el abrir la mente a sueños e ideas que afloran, lejos del ajetreo de todos los días, hacen sin lugar a dudas crecer el espiritu y estar más cerca de la creación.
Muchas mañanas nos paramos con Enzo de frente al camino y lo observamos en silencio, él con su camión de bomberos y su pelota bajo el brazo, yo con la carga de los años y los sueños intactos. Pero sabemos los dos que ese es el camino, el camino a recorrer, entre el canto de los pájaros, recibiendo la brisa en la cara, entre los rayos del sol, con un norte como objetivo y en contacto directo con la naturaleza.
Le tomo de la mano y comenzamos a recorrer, y él con su voz de niño me dice, "este es mi camino abu", y sí, claro que lo es......... el camino de Enzo !!!
Debajo de aquel inmenso palo borracho donde los horneros construían su casa, la pareja de celestinos picoteaba agilmente todo aquello que era comestible y que se encontraba en el suelo, mientras un mainumby o picaflor besaba las flores blancas del lapacho. Los gorriones revoloteando de rama en rama, y no dejaba de entonar su tradicional canto el pitogüe.
Así pasaban el tiempo en aquel viejo camino ubicado dentro del tradicional Parque Carlos López, aquel camino que era la entrada principal al camposanto que allí existía y que hoy rodeado de inmensos árboles guarda historias de alegrías y tristezas, de amores y desamores, de sueños, de muchos sueños.
Ubicarse de frente al camino con el norte por delante, deja contemplar un paisaje maravilloso, de mucha paz, con la imagen del Río Paraguay al fondo, una paz ajena a la decenas de personas que realizan sus ejercicios diarios en el parque, es como introducirse en un túnel que nos puede trasladar al pasado como también al futuro.
Las distintas tonalidades de verde en las copas de los árboles, la brisa meciendo las ramas, la compañía de las aves en un compartir esa paz sin miedo a nada ni nadie, ese azul intenso de las aguas del río cuando lo ilumina el sol, son cosas inigualables, el llenar los pulmones de aire puro, el sentir la paz, el abrir la mente a sueños e ideas que afloran, lejos del ajetreo de todos los días, hacen sin lugar a dudas crecer el espiritu y estar más cerca de la creación.
Muchas mañanas nos paramos con Enzo de frente al camino y lo observamos en silencio, él con su camión de bomberos y su pelota bajo el brazo, yo con la carga de los años y los sueños intactos. Pero sabemos los dos que ese es el camino, el camino a recorrer, entre el canto de los pájaros, recibiendo la brisa en la cara, entre los rayos del sol, con un norte como objetivo y en contacto directo con la naturaleza.
Le tomo de la mano y comenzamos a recorrer, y él con su voz de niño me dice, "este es mi camino abu", y sí, claro que lo es......... el camino de Enzo !!!
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