martes, 24 de noviembre de 2009

Los Huesos del Parque

La tormenta en aquella noche de febrero fue impresionante, fiel reflejo de los cambios climáticos que vienen sucediendo en los últimos tiempos. Asunción luego del fenómeno quedó arrasada, cables caídos, árboles vencidos por el viento, murallas derrumbadas, y el raudal que se lo lleva todo a su paso.

El chivato, un árbol inmenso de hermosas flores rojas daba la sombra fresca a todo aquel que la precisara acompañado de un fresco tereré. Era un árbol más dentro de la flora del parque, muchas veces hasta pasaba desapercibido, pero estoicamente estaba ahí desde hacía más de 60 años.

Aquella noche de febrero sucumbió ante el poderoso viento y fue tumbado. Sus raíces cedieron, pero una de ellas se aferró a la tierra con las fuerzas que le quedaban como un último grito de vida.

En la mañana siguiente todo era calma, como siempre después de una tempestad. Cuando llegamos al Parque Carlos Antonio López de Sajonia, el espectáculo no era de lo mejor, muchos árboles caídos, y entre ellos el inmenso chivato. Desplomado mirando al norte con aquella única raíz que continuaba aferrándose a la vida. Cuando ya caía la tarde dos amigos encuentran en el pozo dejado por el chivato, unos huesos, comienzan a escarbar y aparecen otros, todo un hallazgo, sobre todo si recordamos que ese parque tiene una historia no muy común. En la época de la guerra de la Triple Alianza fue un hospital y cementerio, luego tomado por los brasileros cuando invaden Asunción. Posteriormente a principios del siglo XX se transladan los restos que yacían en el cementerio hacia otro camposanto ubicado al sur de la ciudad. Pero muchos quedaron. Y después de tanto tiempo aparecen estos.

Se creó todo un movimiento de gente en aquel anochecer en el parque, periodistas con sus cámaras fotográficas, la televisión, la policía al mejor estilo de los investigadores cercando el lugar, vecinos del barrio, autoridades municipales. Todos miraban y volvían a mirar los huesos ya guardados en bolsitas de nylon y crecían las intrigas, se calculaba la edad del árbol y se discutía si los huesos fueron enterrados antes de crecer el chivato o después de crecido.

El forense de la municipalidad confirma que son huesos humanos. Alguien sugiere que debería haber más huesos, otro comenta que tal vez fue un crimen pasional, y así se fueron tejiendo un montón de historias.

Una periodista da la idea de la prueba de ADN pero que lamentablemente se debe realizar en el extranjero. Un vecino propone la prueba con carbono 14 para saber la edad de los huesos, pero tampoco es posible, no se realiza esa prueba en el país.

Durante algunos días el chivato yacía tendido con su copa hacia el norte aferrándose a la vida con una sola raíz.

Unos días más tarde funcionarios municipales le cortan su copa y ramas, lo enderezan, tapando así el pozo en donde se encontraron los huesos.

Hoy el chivato comienza a echar sus nuevas ramas, salvando su vida, la cual había sido aferrada a través de una raíz. Vuelve a vivir, por su lucha y perseverancia. Guarda el silencio de como fueron a llegar esos huesos que descansaban bajo su tronco.

Los huesos siguen en aquellas bolsitas de nylon sin que nadie haya podido averiguar nada hasta ahora, como sucede con tantas otras cosas de la vida.

Cuando pasamos cerca de él en nuestros diarios ejercicios, parece que nos mirara, con una mirada cómplice de un secreto que seguirá guardado entre sus raíces.

lunes, 23 de noviembre de 2009

El Goleador de la Playa

Llenó sus pulmones con el viento sur que viene galopando sobre las olas, curtió su piel a puro salitre, y como si fuera poco levantó vuelo junto a las gaviotas. Para él una cancha de fútbol era como una inmensa playa en donde se divertía alegremente compartiendo con sus camaradas. Era un botija alegre que gozaba cada momento vivido y el placer más sublime era provocar el vuelo de la red de un arco adversario.

Nació con ese olfato de gol, siempre atento como la gaviota para robarle los peces al mar. No desperdiciaba ningún instante arremetiendo en el área rival procurando la gloria.

A los 7 años ya lo pusieron en el equipo titular de aquel club de chiquilines llamado "Ciclón", y no falló, desde el primer partido perforó la valla enemiga.

Sus andanzas goleadoras se fueron multiplicando fuera donde fuera y en el barrio de "la vieja barriada sin fin" su nombre comenzaba a hacerse conocido. En la playa, en la calle, los campitos, las canchas de "once", empezaron a ser testigos de su sed goleadora.

Pero el tiempo pasó, sobrevinieron los compromisos, los escollos que la propia vida se encarga de colocar como pruebas para irnos recibiéndonos de persona adulta. Y la cancha fue otra, ya no tenía dos arcos con redes, y el partido no tenía ni primer, ni segundo tiempo, no había momentos para descansar. Pero sin dudarlo aquel viento sur que llenó sus pulmones cuando chico le daba la resistencia para la dura lucha de la vida; aquel salitre impregnado en su piel le dio la coraza para soportar los golpes.

Cuando se es honesto y derecho no se te da la oportunidad de hacer un gol de media cancha!!! esos privilegios son para otros. Al honesto siempre lo acosa el minuto final, y como sea, de cabeza, de rebote, a los empujones o con la mano, se logra apenas empatarle a la vida ..... y ya es bastante.

Goleadores hay por todos lados, que intentan día a día hacerle un gol a la vida, pero muchas veces no lo saben o no lo quieren asumir. Son goleadores humildes, sin mucho ruido, batalladores, que aunque tengan la hinchada en contra y hasta el árbitro también, se las ingenian para darle a la pelota y hacerle un gol a la injusticia.

El goleador de la playa se crió en la costa, pero hay otros en la campaña, en los barrios pobres, en las casitas de madera y cartón; procurando centros o pases al vacío que lo dejen cara a cara con el arco y hacer el gol de su vida. Y cuando lo logran hacer ese gol no hay reporteros gráficos, ni cámaras de televisión que logren eternizar ese momento, simplemente y que cosa más linda que el festejo con su familia.-