Cuando niño se pintaba la cara con un corcho quemado, se
vestía con ropas viejas de su padre y una negra galera como la que usaban los
magos.
Se movía al ritmo de una batería inexistente y saludaba a
izquierda y derecha a los cientos de personas que formaban aquel público que
tan solo el imaginaba.
Sobre un banco grande de cemento armado que había en el fondo
de su casa se paraba como si fuera en el más popular de los tablados en
cualquiera de las noches carnavaleras de Montevideo.
Realizaba la presentación dedicándosela al barrio y comenzaba
cantando las estrofas del saludo.
Aplausos y gritos escuchaba al finalizar el saludo
presentación y lo agradecía haciendo gestos a cada rincón de la platea repleta
en el fondo de su casa bajo la parra llena de uvas, y con la mirada extrañada
de su perro que lo observaba sin comprender muy bien lo que estaba pasando.
Y de repente arrancaba cantando el couplet, haciendo los
distintos personajes sin leer nada escrito de antemano, tan solo inventando a
medida que avanzaba.
Otra vez los aplausos de un público inexistente, para luego
cantar la despedida.
El adiós, el prometer volver, la búsqueda de Pierrot detrás
del amor de su vida la bella Colombina, el saludo a Dios Momo. Todo el
sentimiento en cada verso de la despedida que hacía emocionar al público
imaginario.
El bajar del banco de cemento, o mejor dicho del tablado,
saludando con la galera en la mano y recibir el calor del pueblo carnavalero.
Cantando una y otra vez la última cuarteta de la despedida que quedaría
resonando en el escenario imaginario.
Cuantas veces lo había hecho de niño en las vacaciones de
verano cuando el carnaval se floreaba noche tras noche.
Cuantas veces se había subido en aquel gran banco de cemento
armado que su padre había hecho en el fondo de su casa, y llevaba al subir la
murga sobre sus hombros.
Hasta que una noche lejos de su lugar natal, entro a un
camerino, se pinto la cara con colores de verdad, se puso ropa de murga, y
junto a otros hombres-botijas hizo que el sueño se hiciera realidad.
Era el sueño de todos, era la murga de un solo hombre que se
ponía a cantar.
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